De los viajes que hice por carretera con mis padres, recuerdo con claridad la maravillosa emoción de las colinas desiertas, donde árboles, vegetación y cielo abierto eran su vestido. Antier, después de cruzar la ciudad de México rumbo a Tlaxcala, me angustió muchísimo ver esas colinas, antaño despobladas, llenas de pequeñas casas de colores que casi lograban tocar su punta. Era como si una plaga de escarabajos diminutos las hubiera invadido y estuviera a punto de tragárselas. Sentí muchísima desolación al reconocer que esos escarabajos son mi especie y que también, al igual que yo, necesitan un lugar donde vivir.

Rumbo a Tlaxcala, comencé a ver poco a poco la naturaleza y mi alma se sintió más en paz. Ya ahí, en un poblado llamado Nanacamilpa, descubrí que la vida tiene otros cauces, unos mucho más lentos que los que estoy acostumbrada a vivir. Nos fue difícil encontrar un lugar para desayunar. Hasta que dimos con una casa familiar habilitada como restaurante (prometo poner el nombre y más datos cuando los recuerde), donde comí unos deliciosos chilaquiles con esos sabores que tampoco son comunes ya.

Debo aceptar que al principio me fue difícil acostumbrarme. Nanacamilpa no es un pueblo mágico ni un lugar preparado para recibir turistas más allá de la temporada de Luciérnagas que inicia los primeros días de julio -últimos de junio- y acaba a mediados de agosto -este año el cierre está programado para el 20 de agosto-. Eso tiene una gran ventaja, creo: la civilización, con todos sus aspectos negativos, todavía no la toca cabalmente, pero también impide que el turista encuentre muchos lugares para satisfacer su gusto. Aquí lo importante es el contacto con la naturaleza y hacia ahí debemos encaminarnos.

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Llegar a Piedra Canteada es una maravilla. Para hacerlo deberás recorrer aproximadamente 10 minutos de camino de terracería desde donde acaba el pueblo de San Felipe Hidalgo. El camino es bastante seguro y conforme avanzas, la sensación de adentrarte en el bosque comienza a emocionarte más y más. La niña que nos atendió en el desayuno dice que Santa Clara está mejor, pero yo no sé qué mejoría puede tener lo que vi. Verdaderamente es un paraíso. Está completamente desconectado de la civilización, no hay señal de celular, por lo que es el lugar perfecto para convivir con la familia o contigo mismo.

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Nosotros llegamos alrededor de las 12 del día. Alquilamos una cabaña triple y el check in podía realizarse hasta las 3 de la tarde. Mientras tanto, nos pusimos a pasear por el bosque. La sensación de plenitud y calma se hace notar desde el principio. Al no tener con qué distraerte tu mente empieza a indagar sobre todo lo que está a tu alrededor y te animas a disfrutar del más mínimo detalle de lo que ves. Yo terminé agotada después de ir y venir por el bosque, a pesar de que suelo entrenar regularmente.

Piedra Canteada es un ecohotel administrado por 40 socios, está dentro de una reserva federal protegida y la zona se ve verdaderamente bien cuidada. Tiene la opción de acampar o rentar una cabaña. No encontré basura tirada en ningún lado. Quizá porque las personas que visitan el lugar se sienten tan invadidas de naturaleza que prefieren respetarla. También, claro está, hay que hablar de la labor de los trabajadores y el esfuerzo de los socios por mantener el lugar. Haciendo un balance turístico expongo:

Lo bueno: 

Lo mejorable: 

Comenzamos a las 8 de la noche reuniéndonos todos. De ahí se forman grupos de 15 personas. Quienes participan no son sólo huéspedes, sino cualquier persona que pague su entrada ($300 los fines de semana, 2×1 entre semana). Mucho ojo aquí, porque no se puede entrar después de las 6 de la tarde y no se puede salir antes de las 10 de la noche. Me sorprendió la rapidez con que iniciamos el recorrido. La guía nos dio indicaciones básicas y comenzamos a caminar. Poco a poco, las luciérnagas comenzaron a aparecer, aunque a esa hora todavía había luz de día, podían verse algunas. Conforme fuimos avanzando y la noche empezó a caer, cada vez más y más animalitos aparecían.

Yo, preocupada por el bienestar de mi hija, disfruté a ratos lo que estaba sucediendo, pero lo que viví no lo cambio por nada. De pronto, en medio de la oscuridad del bosque, que de por sí ya es una sensación inexplicable, ves ir y venir un montón de luces que danzan, que laten y que con su ritmo te roban toda capacidad de conjeturar nada, así que sólo puedes dejarte ir por lo que sientes. ¿Quieren más?

Lo más maravilloso viene casi al final del recorrido que dura el tiempo de cortejo de las luciérnagas (entre las 8 y las 10 de la noche), cuando la oscuridad  ya ha caído por completo. Ahí es cuando ves las fantasmagorías que son capaces de crear estos bichitos y entiendes que la luz también está hecha de frío y de humedad y que la vida es un equilibrio en el que sin lo más negro, lo brillante no puede apreciarse en toda su plenitud.

Al final del recorrido te espera una taza de champurrado y tamales, y la sensación de que has despertado de un sueño irrepetible, que se quedará contigo para toda la vida.

En resumen, la experiencia es una maravilla de principio a fin si lo que quieres es conectarte directamente con la naturaleza. Mis recomendaciones, sobre todo viajando con niños son: