¿Cuántas veces me sentí insatisfecha donde estaba? ¿Cuántas veces me sentí frustrada, convencida de que era yo quien tenía que adaptarme? ¡Miles! Para ser franca, más de las que quisiera aceptar.
Pero siempre llega un momento en el que el corazón da un vuelco y en medio de toda la frustración, de las ganas de rendirse y aceptar lo que se tiene enfrente porque simplemente creemos que no queda de otra, algo surge, una necesidad férrea por luchar aunque no nos den las fuerzas, de tomar al toro por los cuernos y hacernos responsables de lo que venga, con todas las consecuencias que eso traiga.
Y esas decisiones, esas que te ponen al filo de la navaja, que significan de algún modo, todo o nada, son las que más nos dejan. Lo demás se construye de a poco, otra vez, renovado, con el aprendizaje gigantesco que hemos ganado con esa experiencia. Y ahí está la clave: le tenemos miedo al cambio porque nos asusta perder todo lo que tenemos, lo que ya habíamos ganado, sin darnos cuenta de que ese cambio es lo que necesitamos, de que las circunstancias de por sí ya han cambiado -si no, no tendríamos conflicto alguno-, y que ahora la vida es la que nos está exigiendo cambiar con ella, adaptarnos no a nuestras circunstancias, sino al nuevo cambio que ha surgido en nosotros.
Empoderarse es eso, tomar el control, luchar por lo que uno quiere, por lo que de verdad le resuena en el corazón y no por el miedo. El miedo no es poder, el miedo te obliga a ir hacia atrás, en el peor de los casos, o a quedarte estático, que es también el peor de los casos, porque cuando el cambio ha surgido, no va a esperar a que tú dejes de tener miedo para cambiarlo todo a tu alrededor.
¿Y qué viene después de que uno toma decisiones así de fuertes? No lo sé. Si lo supiera, quizá no valdría tanto la pena. Lo que viene es aprovechar todo lo aprendido, utilizar la fuerza del empoderamiento, de la toma de decisiones para construir todo de nuevo, con toda la creatividad y el amor del mundo, sabiendo que es nuestra obra y de nadie más.
La felicidad no llega, es una decisión constante y no, tampoco se puede ser feliz siempre, esas son mentiras. Es precisamente de los momentos duros, de los infelices, de los frustrantes de donde sale la felicidad, de la decisión de tomarla o no, cueste lo que cueste, nos sintamos o no cómodos con lo que viene.