La escritura radiactiva me fue enseñada por Maricela Guerrero a través de sus maravillosos talleres de escritura. Se trata de un ejercicio de conexión y meditación, una forma de encontrarnos con el interior con la escritura como instrumento. Su fin no es la creación en sí, sino la conexión.
Yo la practico como método de vaciado, cuando estoy desbordada y no sé quién soy ni qué quiero. A veces ciertos ejercicios me traen visiones que me permiten reconocer eso que habita en mí y que a veces, ocupada en ser y diseñarme, dejo de mirar y hasta olvido. Para hacerlo, dejo que mis manos avancen por el teclado mientras cierro los ojos, confiando en que mi cuerpo conoce de antemano los comandos que le harán actuar de la manera en que necesito para escuchar esa voz. Cuanto más aguanto esta inmersión, más profundo puedo llegar. A veces, la presión es tanta que sólo me quedo en la superficie.

Estar aquí, darlo, decirlo todo con mis manos. Pararme a mirar lo que no he podio atestiguar antes. Cerrar fronteras, seguir tras mis propios pasos como sigo este teclado. La oscuridad insondable que me transporta hacia la nada, seguir, seguir porque no hay más qué hacer o qué decir. Aquí, quedarme, en rojo, en el blanco inmenso del papel y soltar. ¿Qué más voy a ver que no haya visto? Todo, todo me falta por mirar.
Convertirme en transmisor, en cuerda que vibra y cuya vibración proviene de ellos, del UNO. Volver a encarrilarme y aprender nuevos lenguajes, quizá, con las manos que atacan, que teclean letras, que traducen espacios. Las dudas me abarcan. Decido confiar. Me he convertido en autómata, sólo yo puedo seguir, todo esto que está en mí no me pertenece, no lo adquirí, me fue dado, se me prestó, vine a habitar la casa y la casa ya estaba amueblada, así que no hay mucho más qué decir, sólo confiar, porque mi cuerpo ya sabe a dónde dirigirse de antemano.
El conocimiento está aquí, confirmado en la memoria que sabe hacerlo todo, que sabe hacia dónde llevarme porque la nave tiene ya las instrucciones definidas. Espectador, yerbamora, público que ha tenido el gusto de venir a presenciar esto, a sentirlo, a vivirlo. Una película que pasa frente mis ojos, conciencia de ser, conciencia de estar, conectada a esta voz que me sigue dictando cosas, que me sigue diciendo qué decir, qué pensar, cómo comportarme, qué amar incluso. Pero yo no soy sino una conciencia, que es sólo un pedacito de conciencia, pura, disminuida y a la vez gigante, ubicua, situada aquí y ahora para decir todo esto que digo aún con las dudas, con todo y las dudas.