No quiero
Los infinitamente pequeños y Energía juegan a inventarse y reinventarse de muchas formas y colores, y se convierten en bacterias, moscas y catarinas, en tortugas, peces y ballenas, en pájaros, flores y árboles, en osos, lobos y caballos.
Alejandra Labastida
No quiero que nadie lo sepa, así no tengo que explicárselo a nadie. No sé cómo se originó todo, pero tengo mis sospechas. No quiero que sepan cómo inicia la vida, sea animada o apenas una fuerza, y que se trata del choque de dos que se oponen. Energías que se repelen, pero que no son más que la misma en el otro extremo de la escala.

No quiero que nadie me pregunte. No. Es que a mí no me da para entenderlo, mucho menos para explicarlo. Si quisiera explicárselo a alguien no podría. Porque cuando esa energía encuentra en otro su contraparte, la totalidad opuesta de lo que es, de inmediato la atracción es poderosa. Y esa atracción, que a la vez es repulsión, lo colma todo. Ya no hay escape. El cuerpo físico se sentirá irremediablemente esclavizado por la fuerza contraria y comenzarán a danzar.
No quiero que nadie se entere. No, no deben repetirlo. Nadie podría vivir tranquilo sabiéndolo. Yo misma ya no vivo tranquila, me lo encuentro en todas partes. Porque de esa danza, que inicia como un escarceo, como un contemplarse el uno al otro, para pasar a tocarse y a dar vueltas, una fuerza centrífuga atraerá todo. Y más energía y materia comenzarán también a bailar, porque en la pista dos amantes son siempre un espectáculo digno de contemplar. Así, de esos dos, que se repelen tanto como se atraen, una explosión iniciará todo. Entonces un nuevo sol surgirá, uno que alumbrará nuevos encuentros y nuevas danzas, uno que se recreará en criaturas, en fenómenos y danzas nuevas. Donde cada una, pequeña y limitada o compleja y poderosa, será también un sol, uno iniciado en la fuerza contrapuesta de dos que se repelen tanto como son atraídos hacia sí.
Finalmente, ahora que lo he dicho, no quiero que nadie se lo cuente a otros. De esa manera seguiremos a salvo, con nuestras convicciones intactas, sin tener que hacer nada, sin tener que cambiar nada. Porque si otros se enteran, irremediablemente tendrán que reconstruir su mente. Y eso puede transformarlo todo. No, es mejor que no lo sepan. Siempre es mejor que sigan creyendo que somos individuos, diferenciados por la ropa o por los pensamientos, quizá por el lenguaje o nuestros miles de artificios. Si más gente se entera podría ser el acabose. Ya no habría manera de justificar nada.
Sepan pues, bajo su propio riesgo, que cada ser viviente es uno solo, que no hay diferencia, tan solo formas en que la explosión se ha expresado.