Salió de viaje. Y yo muero de pánico pensando que algo va a pasar. Aquí no se puede vivir tranquilos. Vivo con el miedo. El cambio climático, inundaciones, incendios, la delincuencia, la maldita delincuencia que ya es una costumbre. Simplemente la sensación de pánico. No sé a qué, no sé a quiénes. Pero lo sé porque en fondo de mi alma siento que su ausencia me quita algo, que deja al descubierto algo, algo que al faltar él puede hacer que el delicado equilibrio sobre el que nuestras vidas se asientan se vaya al carajo. Antes, poco a poco, a fuerza de “mentalizarme”, repitiéndome una y otra vez que nada malo tendría que pasarnos, me tranquilizaba. Ahora no, ahora no y yo lo sabía, lo sabía y no pude detenerlo. Esta vez no fui suficiente, esta vez no logré mentalizarme para que nada nos pasara. Desde el primer momento en que lo vi partir, desde que fui consciente de que con su ausencia nos dejaba completamente descubiertos, entendí que algo pasaría y que, para mi desgracia, no podría hacer mucho. ¿Qué se sentirá dejar que la violencia se desboque, que nos desborde y nos abrace por completo? ¿De verdad son tan monstruosos, tan enfermos quienes la ejercen? A mí siempre me había obsesionado eso, los casos, cuanto más cruentos, cuanto más insoportables, más curiosidad me daban. Era morbo, pero sobre todo era una necesidad absurda por entender, por darle sentido a la violencia. Los abracé. Los abracé muchísimo, no me cansé de besar sus cabecitas, sus cuerpecitos dulces, sus cachetes calientitos que fueron un gozo; con ese olor tan dulce, tan delicado. Como a pan recién hecho, como a galleta mezclada con leche. Miraba y miraba esa carne, esos seres tan perfectos, tan colmados de belleza y sentía en el fondo de mi alma el dolor ya desgarrándome; simplemente al imaginar la corrupción de esos seres, la degradación, la destrucción de lo que los hacía ser y que me los entregaba a mí sola para abrazarlos y aferrarme a ellos. Pero no alcancé a detenerlo, no pude hacer nada para parar aquello que estaba fuera de mí y que se había anidado tan hondo que ya era imposible distinguir su origen. ¿De dónde venía ese pánico, esa premonición, ese saber que algo inevitable se acercaba? No podía dar respuesta a nada, así que me aferraba más y más a ellos. Ya no había escape. No hay animal que se solace tanto en la victoria sobre su víctima como nosotros. Los animales comen, disfrutan porque sacian un hambre. A nosotros nos sacia un impulso distinto. Tal vez sea el impulso vital que sigue necesitando la caza, la animalidad para ser y que, de tan reprimido, acaba por desbocarse con toda su fuerza usando la “degradación social” como pretexto, porque en realidad está ahí latente, esperando el menor descuido para saltar. Me levanté con la firme convicción de hacer que el día fuera un día bueno, de disfrutarlos, de complacerlos y de cubrir la ausencia de él que cada vez es mayor. Con él todo mejora y yo lo odio por eso. Yo puedo estar todo el día con ellos, cuidarlos, lavarlos, atenderlos, escuchar sus quejas y esforzarme para jugar juegos que ni me gustaban, con tal de hacerlos sentir felices, pero no lo logro nunca como él. Él solo, con su presencia, colma nuestras vidas. Su llegada siempre ilumina cada día. Todo lo que hacemos durante las horas en que no está es un mero entretenimiento porque en realidad nuestras vidas cobran sentido en su presencia. Cuando narramos lo que hemos hecho o comemos sentados con él a la mesa, nuestros seres tienen sentido. Sin él no, sin él todo es como un ensayo o como una misión que debemos cumplir para entregarle un tributo. Y no importa cuánto me esfuerce, frente a papá no hay comparación. Decían que los narcos no atacan a la población civil, que las bajas eran bajas colaterales, pero nunca un ataque directo a la población civil. Pero todo cambió. Y al cambiar las reglas la destrucción fue total. Tal vez está en nuestra sangre. Los aztecas practicaron una y mil maneras sagradas de matar, desmembrar, comer y destruir al sacrificado, y encontraron belleza y grandiosidad al hacerlo. Tzompantlis, altares a la muerte, esculturas de violencia. Es algo social, no es aislado. Lo compartimos. Lo primero que hacen al despertar es preguntarme si ya se fue papá y llorar un rato porque no se despidieron. Y papá que cada día sale más temprano y llega más tarde. Y papá que cada vez hace viajes más largos. Que si necesitamos dinero, que hay que pagar no sé qué, que tiene esta o la otra junta y así, la lista de deberes de papá se hace más y más larga y con ella sus ausencias. Sí, es verdad, nada nos hace falta gracias a papá. Se rompieron los pactos, se degradaron demasiado las cosas. Mucha gente quiso entrarle al negocio y ganar dinero a la fácil o creyendo que era fácil. El gobierno nuevo nunca tuvo idea de cómo combatir nada, fue cómplice, se benefició completito desde el más pinche hasta el más cabrón; todo y nada al mismo tiempo. Simplemente las cosas cambiaron. Se fueron contra los civiles, empezaron a utilizarlos como rehenes, moneda de cambio o lo que fuera necesario. Y la madre abnegada, la tía, la esposa, la prima, el cuñado, el chavo de la tienda, todos, cualquiera y ninguno, ya cualquiera tenía esta o aquella historia macabra, encarnizada. Todos parte, todos participando directa o indirectamente porque todo el país, su economía y su razón de ser volvieron a girar en torno al sacrificio de lo humano. Y sí, también era verdad que yo había elegido la maternidad por encima de todo lo demás porque quería estar con ellos, porque no quería que alguien más los criara, porque quería tenerlos conmigo. ¿En qué momento había decidido tener hijos? ¿Por qué? ¿Para qué un hijo y luego el otro? Simplemente un día decidimos ser padres. Yo quería saber qué era eso, yo quería tener un bebé y llevarlo en su carriola por la plaza, ir a desayunar con él y presumírselo a los otros. Yo quería leerle cuentos y hacerlo un gran lector y demostrarle a todos lo buena madre que soy yo. Y el segundo llegó porque ¡cómo tener uno sin tener el otro!, ¡cómo no darle un hermanito al primero!, ¡cómo vivir sólo con un hijo!; yo ansiaba volver a sentir algo pequeñito en mis brazos, criar algo, alimentarlo, meterme en la cama y dar de mamar a una cosa chiquitita con olor a galletas y sumergirme con él en ese letargo tan dulce, tan embriagante que me separaba de todo y a la vez me unía a algo muchísimo más grande que yo. Descabezados, desmembrados, desechos. Algo incita a deshacer, a destruir, a encontrar en la degradación eso que falta, eso que produce por dentro ese vacío que carcome completito. Porque la violencia también es adictiva, porque si al dolor, si a las ganas adictivas de destruir se suma la droga, la llave para perder la conciencia y destrabar los límites, entonces la combinación no puede ser más letal, ¿o no? Pero no es sólo eso, la semilla estaba ahí, necesitando algo que la abonara, que la humedeciera, tal vez el recuerdo de la sangre, tal vez una poquita de sangre para necesitar más, como el maíz de temporal, que necesita tanta y tanta agua para crecer, que con tantita se activa para luego no poder parar más. ¿Qué fruto da la sangre, qué alimento sagrado es el que riega la sangre? Ya no sé. Ya se olvidó lo que es la libertad. Estar tranquila sin pensar en tener que correr a ver qué ha pasado al menor grito. O simplemente vigilar, estar alerta. ¿Habrá sido siempre así para la humanidad? Sí, seguramente sí, seguramente nuestras madres ancestrales vivieron todavía más en alerta de lo que yo vivo. Y es que es día tras día y noche tras noche. Por más que hago no consigo que se duerman durante el día, que hagan una siesta. Por más que me esfuerzo no puedo hacerlos dormir más temprano o levantarse más tarde. ¡Deja ya el teléfono y ponles atención! No tienes justificación porque lo tienes todo, no eres madre soltera, te mantienen y tu único trabajo es estar en casa todo el pinche día atendiéndolos a ellos y nada más y si no están tranquilos es tu culpa porque no losabes educar un hacer que obedez… ¡coperen contigo! ¿Cuáles son los trending topics de hoy? Y así, ser otra vez una adulta, alguien con capacidad crítica, alguien que puede criticar y señalar los errores de otros. Estaba sucediendo cerca de mi casa por fin. Y todo se lo debemos a la ineptitud. Ya ni siquiera es porque sean unos corruptos y criminales. No, ahora, además de corruptos y criminales, son también incapaces, una farsa, una facha. Debimos preverlo. Ni se esforzaron por encubrir nada. Incluso hicieron conferencias para demostrar y justificar por qué soltarlo era lo más humano que se puede hacer. ¿Humano? Sí, porque ellos son diferentes. ¿Qué demonios podía pasar después de eso? Yo pensé que era el colmo, pero no. Porque seguimos adelante. La gente decidimos seguir adelante. Pensando no sé qué, tal vez que no nos tocaría, que era normal o yo que sé, pero lo dejamos pasar también. Y entonces la violencia se desborda como río, nos alcanza. Están fuera del fraccionamiento. Un enfrentamiento entre delincuentes que buscan apoderarse de la plaza o algo así. Lo de siempre. Guerreros águila contra caballeros jaguares peleando una guerra florida para ofrecer sacrificios a su dios. ¿Qué más da el tiempo? Me llama para pedirme que no salga por nada del mundo, que me encierre con ellos, que estemos tranquilos. ¡Pero no estás aquí maldita sea, no estás aquí para contener nada!!!! Tengo que leer cada noticia, cada comentario, cada publicación. Necesito información, necesito saber qué está pasando, cómo está pasando. Y los niños que no pueden salir, los niños que llevan horas gritando, pataleando, demandando mi atención ¡porquenopuedensalircarajo! Los niños, los niños y sus gritos mezclados con los míos. El estruendo. El desmadre en la recámara, los vidrios rotos de las macetas de mis orquídeas. Fueron ellos. La última vez que los vi estaban en la ventana a pesar de que les dije que se apartaran de ahí porque podían balacearnos. Pero no soporto el desorden, no puedo con el desastre aquí y allá, incluso si tengo que dejar que la comida se queme con tal de correr a arreglar eso que se desordenó, no me importa. Y entonces los disparos. Las metralletas que lo atraviesan todo. Yo misma liberándome, desprendiéndome de mí para dejar que todo colapse, que vuelen cosas por aquí y por allá a diestra y siniestra, sintiendo un placer macabro, un placer infinito al darle rienda suelta por fin a todos mis temores, al soltarlos sin importarme nada. Al saber que ya no tengo que cargar más con el puto miedo, con la espantosa zozobra.  Porque al fin sucedió. La dolorosa liberación; mis tetas cuando después de horas enteras por fin el crío me las vacía, porque después de 2 años no he podido dejar de darle la teta. Un maldito dolor, el dolor espantoso, el dolor que acribilla, el dolor que es alivio al dolerse, al liberarse como represa a la que la tormenta acaba por romper. La violencia nos alcanzó. Y yo estoy sola con ellos.

Papá llegó por fin cuando estaba por amanecer. Después de horas de llorar, de saberme un animal, yo ya había recogido el tiradero, tratando con eso de lavar mi culpa. Los acosté porque al fin se quedaron tranquilos. Los besé y los abracé mucho. Limpié sus lágrimas que ahora me son tan amargas. Me llevó toda la noche.

Son míos, siempre serán míos y de nadie más.