En un mundo que te define por lo que haces, las madres no encontramos lugar.
Cuando mi hija aún iba a la escuela y yo trabajaba fuera de casa por más de 8 horas diarias, recuerdo que en cierto momento varias mamás de su escuela y también amigas mías sufrimos una crisis existencial compartida: dedicabamos demasiado tiempo a trabajar y muy poco a nuestros hijos y nos sentíamos exhaustas de vivir en ese conflicto. Habíamos aprendido a acallar esa voz interna que nos decía con angustia que lo que de verdad nos hacía falta era estar cerca de los niños y no necesariamente ganar más dinero. Pero un día, de buenas a primeras, a todas nos dio por hacer a un lado el trabajo y probar estar más tiempo con ellos.
Algunas decidimos emprender negocios propios, freelancear o simplemente hacer un alto para recuperar ese espacio con los niños y ser mamás de tiempo completo. De eso hace ya un par de años. Todas escribimos historias diferentes. Algunas, como yo, fuimos de menor a mayor hasta dedicarnos al 100% a la crianza de los niños e incluso convertirnos de nuevo en madres. Otras volvieron a trabajar quizá con una consciencia mucho más clara sobre el orden de sus prioridades.

El común denominador de estas madres angustiadas y de otras tantas historias es, además del deseo de estar cerca de los hijos, una necesidad imperante por definir la identidad a través de lo que hacemos. Básicamente ser madre no basta porque qué es una sin su trabajo, sin sus cosas, sin sus espacios. Pero, ¿de dónde viene esa idea de que el trabajo y lo que hacemos es parte de nuestra identidad? ¿De verdad es así?
Es cierto que lo que somos se expresa en la forma en la que actuamos pero, ¿acaso Carolina es un ama de casa que cría a sus hijos y ya? ¿Es eso de verdad lo que me define? ¿Qué hay de mis anhelos, de mis ideas, de lo que siento y pienso? ¿Cómo le explico eso a alguien cuando me pregunta «a qué te dedicas»?
Confieso que yo solía ser esa persona crítica que pensaba que un ama de casa era una comodina que se excusaba en la crianza de los hijos para no hacer nada, que se hacía a un lado a sí misma por cobarde y para vivir «mantenida por el marido». ¡OK!!!!!!

Hace unos días, platicando con amigas, descubrí que de una u otra forma, las mujeres experimentamos unas tremendas crisis de identidad que derivan de la falsa idea de que somos lo que hacemos. Es decir, el trabajo va mucho más allá de ser un medio para obtener beneficios económicos; en cierto momento para mí representó una especie de proyecto de vida, algo que le daba sentido a lo que soy y me definía en el día a día. ¿Alguna vez has experimentado esa sensación impresionante de estar haciendo algo importantísimo para el sostén y el equilibrio del universo sólo por enviar un mail? Actuamos tan en función de nuestro trabajo que vivimos sus enredos sociales y luchas de poder como si de la mismísima trama de GOT se tratara.

Leyendo Heroes, asesinato masivo y suicidio, de Franco Berardi; entendí que esto que digo no es tan errado y que, de hecho, se trata de un síntoma social:
[…] al trabajador cognitivo se le ha engatusado para que caiga en la trampa de la creatividad: sus expectativas están subordinadas al chantaje de la productividad porque se le obliga a identificar su alma (y el núcleo lingüístico y emocional de su actividad) con su trabajo.
Franco «Bifo» Berardi. Héroes. Asesinato masivo y suicidio (Pensamiento crítico) (Spanish Edition) . Ediciones Akal. Edición de Kindle.
Hacer de cuenta que nuestro trabajo es nuestro yo es altamente lucrativo para el sistema financiero que impera en nuestra sociedad. A nuestros jefes les conviene que nos tomemos todo personal porque, entre mayor «compromiso» tengamos con la empresa y con nuestro proyecto, mayor productividad se espera que alcancemos. A cambio, hombres y mujeres sacrificamos cada vez más nuestras vidas, nuestras verdaderas vidas. No importa si se trata de dormir menos -de hecho, según menciona también Berardi, las tasas de sueño han disminído paulatinamente alrededor del mundo-, dejar más y más tiempo a los chicos en la escuela o simplemente trabajar más tiempo incluso desde casa.
Con la excusa de conferir más libertad y dar mayores concesiones a los trabajadores, se han impulsado políticas de trabajo estilo home office que, contrario a lo que se piensa, no siempre otorgan mayor libertad, sino que acaban por convertirse en una invasión al espacio personal del trabajador que ahora dedica incluso más horas a trabajar o termina por diluir los horarios de trabajo para estar siempre disponible.

En resumen: el trabajo se ha convertido en la razón de ser del hombre. Por eso creemos que aquellos seres «improductivos» de la sociedad son menos valiosos o no merecen ser tomados en serio.
¿Y quienes son esos seres no productivos? Los niños, los ancianos y las madres / padres que se dedican a la crianza. Nuestra sociedad ve totalmente mal que alguien pueda dedicarse a meditar sobre la inmortalidad del cangrejo, que alguien tenga tiempo ocioso, porque el trabajo y el consumo nos dan identidad. Por eso, a las madres las mandamos a trabajar tan pronto puedan; a los niños los hacemos pasar más tiempo en la escuela y a los ancianos los ignoramos, tratando de negar su existencia y nuestro propio futuro.
Hablando de las mujeres, las madres acabamos siendo muy vulnerables debido a que ser improductiva para criar hijos no puede sino ser visto como una equivocación, un dar marcha atrás a lo que tantos años de lucha social nos ha costado. Pero, ¿acaso no es verdadero feminismo que la mujer sea capaz y tenga las posibilidades de elegir qué hacer en igualdad de condiciones? ¿Por qué ser ama de casa está peleado con ser «independiente»? ¿El dinero que la parte proveedora trae a casa le confiere más estatus, más poder? -Este es un tema para una entrada diferente, prometo escribirla luego.
En fin, las mujeres experimentamos tremendas crisis de identidad porque sentimos que si nos dedicamos a ser madres, aunque sólo sea por un tiempo, tenemos que hacernos a un lado para estar con nuestros hijos. Si el trabajo da sentido al ser que somos, ¿quién es una madre que sólo se dedica a la crianza?
¿Por qué vale más hacer un reporte, conseguir un cliente o cerrar una venta que leer un libro a un niño, llevarlo al parque o ser testigo de su primer paso? Por supuesto que el trabajo es excitante. Arreglarse para salir a trabajar es maravilloso, estar en una oficina dedicada a hacer lo que te gusta también, pero no tiene por qué estar tan peleado con ser madre. No necesitamos sacrificar nuestra maternidad para trabajar porque a veces ni siquiera necesitamos trabajar tanto tiempo. El problema, creo, es que las prioridades están muy desordenadas. Trabajar no nos da sentido, es al revés, a nuestro trabajo le da sentido lo que somos, lo que pensamos, lo que sabemos, no el trabajo en sí.
Trabajar o no trabajar dista mucho de «hacer algo con nuestra vida». Tener un proyecto de vida no implica necesariamente que todo lo que hagamos tenga un resultado económico; sin embargo, todas aquellas ocupaciones que no deriven en productividad necesariamente van a ser mal vistas por una sociedad cuyo mayor valor es el dinero.
Solo a través de la no participación y la capacidad para permanecer ajenos, para negarnos a identificarnos con el trabajo que realizamos y con nuestras condiciones laborales, solo a través del rechazo radical de la ética de la responsabilidad, podemos distanciarnos los trabajadores de este chantaje de la productividad. Desafortunadamente, la ética de la responsabilidad, el discurso hipócrita sobre la participación y la colaboración son dominantes en la vida política y cultural del presente. Invertimos nuestras energías físicas y nuestras expectativas en el trabajo porque nuestra vida intelectiva y afectiva es pobre, y porque nos sentimos deprimidos, ansiosos e inseguros.
Franco «Bifo» Berardi. Héroes. Asesinato masivo y suicidio (Pensamiento crítico) (Spanish Edition) . Ediciones Akal. Edición de Kindle.
Que el dinero sea nuestro principal valor es precisamente la razón del distanciamiento que sentimos hacia todo lo que nos produzca sensaciones y calma. Y se trata de un círculo vicioso: para ganar más dinero sacrifico mi vida y al sacrificar mi vida busco satisfactores momentáneos que me den seguridad. ¿Qué es lo que está a mi alcance? Mi dinero, así que lo uso para prodigarme sensaciones, para comprarme afectos. Y es así como emprendemos una carrera megalómana por producir más y más y más. Por supuesto que una sociedad dedicada a tal carrera, que ya no siente afecto por su medio, porque ni siquiera tiene tiempo para pensar en éste, es una sociedad rapaz que está acabando de a poco con su planeta y que está generando personas cada vez más violentas. Vivimos para trabajar y dedicamos nuestro tiempo libre a consumir y a endeudarnos, lo que nos esclaviza más y más al trabajo, en una espiral viciosa que está acabando con nuestros mundos interiores y está deteriorando de forma irreversible nuestro planeta y nuestro modo de vida

¿Nos asusta el México en el que vivimos? Es producto de la sociedad que hemos construído, una donde impera el poder del más fuerte, donde los bienes materiales y el estatus son mucho más valiosos que cualquier otra cosa. No es de extrañar que seamos el país de la OCDE donde más se trabaja. Y para serlo hay que aguantar ciertos sacrificios porque, ¿qué es el tiempo con un hijo a cambio de más dinero? En México hemos dejado a los niños y jóvenes expuestos a cambio de obtener más, aunque a veces ese «más» ya no se entienda qué es exactamente. ¿Por qué? Porque a las madres se nos ha hecho creer que somos nada sin una ocupación productiva y que vale más lo que podamos darles a lo que podamos vivir con ellos.
Si aspiramos a ser una sociedad que proteja a los más vulnerables, en la que el horror que vivimos cese por fin, necesitamos proteger a nuestros hijos no sólo de la violencia, sino también de la falsa idea de que el dinero es lo que somos. Nuestros problemas distan mucho de acabarse en un sexenio, son producto de una cocción lenta y el cambio también es lento, paulatino. Sí, la violencia va a cesar cuando empecemos a ser más compasivos: con nosotros mismos, con nuestra familia.
Así que no, me niego a creer que soy lo que hago. Mi ocupación de hoy dista mucho de ser permanente y si me definiera, me definiría en la serenidad de estar donde más me necesitan. A veces, cuando tenemos todo encima, olvidamos que los hijos crecen, que un bebé es demasiado demandante, pero un niño que aprende en el día a día a obtener sus propias ocupaciones y a encontrar motivadores donde quiera que vaya, será un niño que cada vez demande menos, porque tendrá su propio ser afectivo para surtirse de ocurrencias, actividades, anhelos y esperanzas. Criar ese ser es el verdadero trabajo de la paternidad.
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