Que si no debemos sacrificarnos por los hijos, que si ser mamá no es suficientemente valioso. ¿Qué tanto hay de cierto?

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Yo comulgaba con esta frase en casi todo lo que dice. Era mi credo, mi guía de acción y también sí, también mi justificación: para llegar tarde, para trabajar en casa, para sentirme estresada, para dejar que mi hija fuera cuidada por cualquier otra persona que no fuera yo, etc., para no ser mamá, en pocas palabras. Hoy no es más que un recordatorio de lo que no quiero volver a ser: una mujer frustrada e incompleta.

No me malinterpreten, mamás que trabajan, este no es un post en contra de ninguna de ustedes ni una fogiphy1rma de decir que su esfuerzo es menor porque trabajan y “dejan a sus hijos” al cuidado de alguien más. Yo también estoy de su lado. Es, en primer lugar, una autocrítica y una forma de reflexionar que hago pública con el simple afán de compartirlo por si a alguien le ayuda tanto como a mí me han ayudado otras madres y padres en mi propio proceso.

Una vez establecido este punto, voy: ya lo he dicho antes, yo sentía que con sólo ser mamá no era suficiente para sentirme plena, para ser alguien en la vida. Hacer a un lado mi carrera, mi profesión cuando estaba aprendiendo tanto no fue una opción pese a que yo quería, en el fondo de mi ser, una crianza lo más respetuosa y apegada posible a mi primera hija.

¿Qué ha cambiado en mí? El silencio, hacer un alto, embarazarme de nuevo y vivir meses de náuseas y un malestar que no me dejaba hacer otra cosa que ver series, echarme a llorar y darle rienda suelta a mis hormonas. Y con el alto, con el silencio vino algo más fuerte. Durante los meses en que hice ese alto para “no hacer nada”, me di cuenta de la profunda huella que la inercia había ejercido en mí, en cómo me había ocultado las verdades más brutales de mi propio ser. Y lo hice gracias a mi marido que no se cansó de repetirme: “estás haciendo algo al no hacer nada, te estás descubriendo y te estás construyendo”. Ahora que lo pienso, quizá nunca se imaginó el huracán que desataría al decirme aquello.

Mi gran trabajo de estos meses, el producto final de mi no hacer nada fue darme cuenta de que yo tenía un miedo muy arraigado y muy profundo a ser sólo madre, porque estaba plenamente convencida de que tenía que ser una súper mujer y tenía un modelo muy claro y bien prefabricado: exitosa laboralmente, que cría a sus hijos desde lejos pero pendiente de ellos y de su desarrollo integral -porque escogió la mejor escuela y los lleva a actividades extracurriculares padrísimas, porque va a sus juntas, porque juega con ellos cuando tiene tiempo, etc.-, una mujer en forma que se alimenta bien y hace mucho ejercicio -casi un atleta de alto rendimiento-, una experta en nutrición y también una ama de casa perfecta que administraba como nadie su hogar y su familia, una esposa ideal, buena hija y, de paso, una amiga y una ecologista capaz de transformar su realidad y su entorno. La lista es corta para todo lo que según yo eran mis sueños de vida.

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¿Y dónde está el espacio para vivir dentro de toda esa extensa currícula? Quedaba muy poco tiempo, la verdad. Me refiero a vivir, vivir, lo que se dice disfrutar, respirar, hacer pausas que me permitieran reflexionar y decidir hacia dónde carajos quería ir; no por inercia, no porque es el “estilo de vida” que adopté, no por cualquier otra cosa ajena a mí. Me refiero a vivir con un propósito, con un sentido, sintiendo que más allá de la sesión de box, de la junta de cada semana con el cliente, del huertito que se convirtió en mi nuevo hobbie o de la cena un poco caótica en casa mientras mi hija demanda toda mi atención y yo muero de ansias porque se duerma y me dé unos minutos de libertad y de esparcimiento hay algo más, algo que haga que de verdad todo eso cobre sentido y que no sienta que el día menos pensado todo se podía ir al carajo.

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¿Qué ha cambiado en mi devoción por esta frase? Dice algo básico desde el inicio: “No sacrifiques”. Sacrificar significa hacer a un lado, ofrecer algo a una divinidad como una especie de ofrenda o reconocimiento, un autosometimiento. ¿A qué? A un hijo. Visto así, por su puesto que nadie debe hacer semejante cosa. Pero no se está contemplando bien desde el principio, creo yo.

Lo que esto significa es que en primer lugar, para sacrificarnos necesitamos estar frente a algo terrible, algo doloroso, algo que después de todo no hemos elegido. ¿Puede un hijo verse como un sacrificio? Sí en muchos casos, pero ahora quiero hablar de una maternidad convencida, una maternidad elegida, así que dejaré para después ese tema.

¿Por qué una mujer adulta y libre asume de entrada que tener un hijo es un sacrificio? Porque tener un hijo y darle todo el tiempo que requiere nos aleja de nuestra realización, porque gracias a los terrenos que poco a poco vamos conquistando como mujeres, hemos asumido que necesitamos realizarnos a la par de los hombres, ser tanto o más reconocidas que ellos en todos los ámbitos y lograr con ello nuestra propia satisfacción. Porque, ¡qué hueva una mujer que sólo se dedica a su casa! ¡Qué desperdicio de vida es esa cuando nos ha costado tanto llegar hasta donde estamos! ¡Qué inútil que no sabe hacer otra cosa!

¿Qué tan cierto es que una mujer que sólo se dedica al hogar es una especie de inútil? ¿Nos atrevemos a contestarlo con franqueza?

Es verdad que nadie debe “sacrificarse” a costa de otro, el sacrificio no es más que una forma de quitarse responsabilidad esperando que con el tributo las cosas se den mágicamente, por intervención divina. Por eso es tan tóxico pensar en tales términos al tener a un hijo, porque un hijo necesita un ejemplo vital de autorrealización, no de autoinmolación, en eso estamos de acuerdo. Pero de entrada, tener un hijo no puede seguir siendo visto como un sacrificio por mujeres modernas y empoderadas como las que desean conquistar el mundo como yo lo hacía. Si es así, entonces no hace ningún sentido tenerlos y no hace sentido seguir “sacrificándonos”.

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Yo no le hice un favor a mi hija ni se lo estoy haciendo a mi hijo ahora. Yo decidí ser madre y si lo decidí con toda mi fuerza y lo logré, lo menos que puedo hacer es asumir lo que viene con eso. ¿Quién dijo que era tan malo? ¿Porque entonces si es tan terrible hay tantas mujeres y hombres pasando por tratamientos de fertilidad para lograrlo?

Ahora bien, si no hice ningún sacrificio al tenerla, ¿porqué cuidarla sí debería ser visto como “un sacrificio”?, ¿porqué dedicarme a ella -y en mi caso hacerlo sin escuela- es una forma de hacerme a un lado a mí? ¿No se supone que al ser producto de mi propia elección es una autoafirmación y un acto de autosatisfacción? ¿Qué sentido tiene entonces decir que no debo sacrificarme por mis hijos y en cambio debo buscar mi felicidad sin ellos cuando fui yo la que decidió tenerlos?

Los hijos no son eternos. Su crianza requiere unos cuantos años, no toda una vida. Cuidarlos por entero los primeros años de su vida no necesariamente implica abandonarlo todo para siempre. Es simplemente tomar de tiempo completo un trabajo de manera temporal.

¿Se dan cuenta de lo que quiero decir? Es muy simple: la frase de las madres sacrificadas tiene toda la razón del mundo cuando esos hijos no son producto de una elección. De otra forma es una contradicción. Si mis hijos son mi decisión y decido criarlos como profesión “exclusiva” mientras son pequeños, entonces no tiene sentido decir que hacerlo es un sacrificio. Tener un hijo y criarlo de tiempo completo no es una especie de autoinmolación, es un acto consciente de alguien que ha decidido darles su espacio natural de desarrollo.

El gran paradigma que hace posible todo esto: nuestra vida moderna, hecha para el consumismo, requiere que pasemos más y más horas trabajando, produciendo para poder gastar y no deja ningún espacio a niños que necesitan sus propios tiempos y espacios para crecer y desarrollarse y mucho menos a madres holgazanas que no quieran hacer otra cosa que cuidarlos y ayudarlos a desarrollarse de manera individual.

Al gran motor del consumo realmente le importa un pepino tu verdadero propósito vital, lo que le importa es crear necesidades, estandarizar el consumo, crear productos que puedan ser vendidos en masa y que muchas personas compren, y para eso necesita generar modelos de consumo que se traduzcan en estilos de vida, en cosas como las que vemos todos los días en Instagram.

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En el fondo, lo que no vemos es que nuestro tiempo es tan valioso como el dinero que obtenemos. Le damos tan poca importancia a nuestra vida personal porque no sabemos en qué otra cosa ocupar nuestro tiempo, como yo cuando le decía a mi marido que me sentía mal por ser tan floja. Sin ver que mi tiempo para dedicarlo a reflexionar, a autoconstruirme y a encontrarme un propósito no valía ni la mitad del sueldo que percibía.  Valía muchísimo más.

Esto es algo que dejaré para una siguiente entrada. Pienso continuar…