Este fin de semana no pude dejar de pensar en eso, en que algo horrible puede pasar de un momento a otro.
Vivo en un edificio de 17 pisos y habito el piso más alto. Irremediablemente la idea de un incendio o temblor es frecuente a pesar del día a día. Con este calor y la vista privilegiada que tengo, contemplar la contaminación ambiental de la Ciudad de México me hace sentir que estamos cada día más cerca del colapso.
Al final, ya lo sé, la vida no es segura para nadie, pero quienes son padres entenderán que es todavía más horrible enfrentarte a la idea de una catástrofe cuando miras a tus hijos. Lo peor es que pareciera que nada cambia, no veo a nadie preocupado por hacer algo para evitar el drama que estamos sufriendo. Al contrario, hay quienes todavía utilizan el Cambio Climático como un asunto político para bien o para mal. Pero al final, ni dejamos de usar el coche, ni plantamos árboles, ni reciclamos nuestra basura ni nada… todo sigue igual, como si tuviéramos otro planeta apalabrado con el universo para poder mudarnos cuando este se vaya al carajo.
Mi cara me dice que algo va muy mal, además de la edad, claro. Manchas de sol que antes no tenía; el bloqueador solar ya no es suficiente para mi desgracia. Como tampoco parecen serlo los aceites esenciales de limón, incienso o las cremas aclarantes. Algo anda mal y estoy empezando a tener pánico.
¿Por qué? Porque la vida es demasiado hermosa como para acabarse -aunque cada vida sea un estadio, aunque decir que la vida se va a acabar es tan tonto como pensar que algún político reaccionará y hará algo-. Pero sí, la sonrisa de mi hija, su risa alocada, su cabeza llena de rizos, sus cantos a solas, sus regaños a sus muñecos, todas esas cosas maravillosas que me inundan el alma, no pueden terminar así como así. Me niego a creerlo.
¿Qué hacer entonces? Amar, amar hasta cansarnos, llenarnos el corazón de puro amor y pura fiesta, porque no sabemos cuándo va a terminar todo; preocuparnos cada día por hacer algo, por cambiar aunque sea un poco nuestra manera de pensar y ayudar también a los demás a hacerlo con sutileza, con benevolencia; sembrar árboles, usar cada pequeño espacio que nos pertenezca para generar vida, para evitar el colapso.
No sé qué más se pueda hacer. Mi angustia crece y cada vez me es más difícil distraerme. Tal vez sólo estoy estresada y esta es mi manera de canalizarlo. Dicen que el afuera es sólo un reflejo del interior. Yo no sé.
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