Escribo con la intención de sacar lo que ha ocurrido estos días, estos meses, así como viene a mí, intentando dar rienda suelta a la escritura. Se trata de cambios que me han transformado tanto y de tal modo que apenas reconozco en quien me he convertido.

Para empezar: el libro, ese texto sobre la composta que no acaba de estar listo definitivamente. Al fin y al cabo, una composta es un trabajo en constante desarrollo, en conversión. A ese respecto tengo que decir que voy por la cuarta revisión y creo que terminará por cambiarle definitivamente el título. Luego de trabajarlo durante 2022 bajo la tutoría de escritura de Isabel Zapata, volví a escribir y a replantear todo en una nueva ronda de coaching literario con mi queridísima Lourdes Meraz, quien acaba de publicar una novela buenísima que tuve el privilegio de leer antes de su publicación La orfandad de las semillas. Ahora estoy haciendo una revisión en solitario después de que mi también muy querida Maricela Guerrero -con quien estoy trabajando en otro proyecto y del que quiero hablar más detenidamente-, hiciera un dictamen de obra que me está ayudando a dar los últimos detalles. ¡Qué difícil y cuánto requiere ponerse a escribir!!!

Mucho más que un oficio, la escritura, como empieza a presentarse para mí en estos días, resulta un propósito, un camino de transformación que, como dije, me está llevando a reconfigurar lo que soy y lo que quiero para el futuro. Hace muchos años pensé que quería ser escritora, porque no me imaginaba otra forma de vida, porque me embelesaba la idea superficial de la intelectualidad. Al final me entretuve, me distraje con otros proyectos y dejé de lado la incipiente escritora que había en mí porque no creí que la escritura fuera a llevarme a donde necesitaba. No pensé que me daría para vivir, vaya. Fui cobarde, lo sé, pero también tuve tiempo de plantearme lo que quería desde otros términos, aprender a entrar en la escritura no desde la pose o la figura de una profesión, desde ese rol. Hoy la veo mucho más como una forma de canalizar la obsesión, de darle forma, trabajarla y pulirla hasta hacerla comunicable.
Sobre la obsesión, tengo mucho qué decir al respecto, aunque intentaré ser sintética. Se trata de esas cosas que, para mí, representan el entramado fenomenológico del universo. Suena retorcido y complicado, pero trataré de explicarlo lo más razonablemente posible. Desde hace mucho tiempo he pensado que el verdadero contacto con la divinidad, con eso que solemos conceptualizar como el origen y el destino de lo que somos, ese algo superior y a la vez intrínseco a todo fenómeno de la existencia, nos permite ser «dilucidado» en ciertos momentos en que algo anida en nuestro ser de tal modo que se convierte en una obsesión que nos lleva a encontrar los significados detrás de lo que es posible percibir de modo cotidiano. Y en ese dar significado, el arte tiene un papel poderosísimo, porque es un vehículo para la comunión con el mundo, con quienes nos rodean. Siento que cada artista capaz de crear obras que nos conmueven logra hacerlo porque de algún modo fue capaz de transformar tanto y de tal modo esa obsesión que la convirtió en una pieza plausible de ser interpretada, llena de su dosis de significado universal.
Por eso, creo, seguir la obsesión con todo el corazón y hasta sus últimas consecuencias es parte fundamental del quehacer de la escritura. Nicole Brossard -a quien por cierto me dio a conocer Maricela Guerrero- lo explica maravillosamente cuando dice que:
El motivo es algo que cualquiera sea la situación, retorna eternamente en el trabajo de un artista. El motivo es raíz, carne y sangre; es incontrovertible; y está inscrito en nosotros como memoria primera y última; es conocimiento cardinal. Todos los buenos escritores tienen un motivo fuerte. El motivo está oculto la mayor parte del tiempo en el núcleo de una obra, oculto pero recurrente como tema. Me parece que el motivo (una buena razón y un patrón) es un asunto personal y existencial que lo hace a uno repetirse hasta la saciedad ¿por qué o cómo?1
Mi motivo, mi obsesión de los últimos años ha sido la regeneración, la forma en que todo vuelve una y otra vez. Uróboros, la serpiente que persigue su cola y muestra que todo está inscrito en una suerte de ciclicidad eterna que le da forma de continuo. La regeneración para mí fue el motivo que me llevó a escribir ese libro que antes se llamó Aprender a ser compost y ahora está sin nombre mientras decido cómo puedo sintetizar en unas pocas palabras todo este trabajo. Hoy me acerco cada vez más a la idea de que el espíritu, precisamente inscrito en ese marco dorado del infinito, está más cerca de la divinidad y de lo eterno cuando el cuerpo y la mente trabajan en contacto con la Naturaleza, que no es más que la esencia primordial de lo que somos y a lo que, curiosamente, nuestro tiempo está regresando con más fuerza con esta crisis socioecológica que vivimos.

Y es que el motivo, ahora me doy cuenta, puede tomar muchas formas, inscribirse y relacionarse con distintos temas y seguir abarcando lo que somos y lo que pensamos, definiéndolo. A la par de las correcciones del libro, estoy trabajando con Maricela, quien tiene un programa increíble de escritura tutorada llamado Verderescencias -confieso que esa palabra me parece fantástica y cada tanto me la robo para expresar un montón de cosas-. Empecé a trabajar con un viejo texto poético que tenía por ahí arrumbado y que ella tomó entre sus manos para ayudarme a desmenuzarlo, revolverlo y olvidarlo, haciéndome entrar en la esencia misma de la creación poética mediante una metodología de trabajo increíble. Maricela ha sido mi Virgilio estos meses. Su talento no sólo se expresa en su creación literaria que es preciosa, poderosa y llena de compromiso; Maricela tiene un don inigualable para guiar la escritura de otros. Su metodología es profesional, pero además es una catarsis, una terapia de sanación y de encuentro, una delicia intelectual y sensorial que ayuda a llegar, no sin esfuerzo y trabajo comprometido, a la raíz creativa y honesta de la creación literaria. Para mí ha sido un regalo su compañía y un honor trabajar con ella.
En lo cotidiano, mi casa por fin se convirtió en esa casa que siempre deseé. Esta semana terminamos de instalar los paneles solares y estamos dando los últimos toques al biofiltro para el manejo y reaprovechamiento de las aguas grises. Aunque todavía estoy haciendo ajustes a ese último proyecto y sospecho que seguiré haciéndolas, poco a poco comprendo más qué es lo que tengo que hacer para lograr que un día el agua gris de mi casa vuelva a la cisterna principal de abastecimiento, es decir, que se convierta en agua potable. El huerto está activo nuevamente. Pudimos instalar tres composteros para el baño seco y habilitamos el baño de visitas con un excusado para baño compostero por fin. La crisis está aquí y, aunque mi solastalgia y mi angustia vuelven cada cierto tiempo -precisamente porque estamos ante una escasez muy dramática de agua potable por estos días-, siento cierto alivio al saber que el cambio es posible, que es cotidiano y que hacia allá vamos irremediablemente. Los últimos años corriendo para llegar a transformar este hogar en su versión más sostenible posible -en otra entrega hablaré con más detenimiento sobre cómo funciona la casa y cómo la diseñamos- han sido estresantes y también angustiosos, aunque han valido la pena. La ansiedad se dio en dosis a lo largo del tiempo y hoy no me siento tan aterrada de enfrentar los retos que vienen. Pienso, a ese respecto, que estamos viviendo una época de cambio, un momento profundo de transformación social que tendrá que llevarnos, con mayor o menor angustia, a experimentar nuevas formas de vida, de relación con el medio y de comprensión de lo que en verdad somos.

En lo personal, también mi manera de comer, de vivir y de sostener buenos hábitos se transformó muchísimo. Los últimos meses de 2023 fueron muy duros para mí en cuanto a salud. Durante los últimos tres años basé mi estilo de vida, mi visión del mundo y la cotidianidad de mis hábitos en la medicina ayurvédica, a través de un programa de coaching muy riguroso que en un principio me pareció una panacea y que, poco a poco, se transformó en algo tan rígido que empezó a dañar mi salud. Después de descubrir que tenía anemia ferropénica causada por una bacteria alojada en el colon, comprendí que estaba llevando al extremo la necesidad de mantener lo que yo creía que eran «buenos hábitos», así como una persecución absurda por la salud y la juventud física. Eso me hizo replantearme mi relación conmigo misma, la importancia de darme espacio, de escucharme antes de escuchar a otros. Entendí que mi mejor maestro ha estado aquí siempre y que nadie conoce, desde el amor y la sabiduría, desde la conexión profunda con mi intuición, mejor que yo misma lo que necesito.
Hay mucho, muchísimo que contar. Estoy atravesando por un bloqueo creativo en estos momentos. No me siento capaz de abordar los proyectos que he comenzado, así que me di tiempo de escribir por el simple placer de contar, de dejar que mi voz salga lo más natural posible y sin barreras, como una forma de volver a lanzarme, sin miedo, a lo que me tiene ocupada en estos días. Quiero hablar también de lo estoy leyendo y escuchando, de lo que está dando forma a mi pensamiento últimamente:
- Emanuele Coccia: leí Metamorfosis y ahora estoy por terminar La vida de las plantas, una metafísica de la mixtura. Sólo puedo decir, sintéticamente, que es lo más impresionante que he leído al menos en los últimos cinco años, que mi alma hizo un eco profundo en sus ideas y encontraron asidero la mayor parte de mis obsesiones
- Claudio Lomnitz: Para una teología política del crimen organizado es un libro que dilucida desde la perspectiva antropológica las prácticas teológicas, la cosmovisión que nutre el narcotráfico y sus fenómenos de crimen y terror.
- Claudina Domingo: una amiga muy querida me regaló Dominio y al principio no le entré con tantas ganas, las autobiografías no suelen entusiasmarme demasiado, pero la forma cruda, voraz y poderosa en que Claudina se utiliza a sí misma para decir sin ambages lo que ha sido su propia búsqueda y sus obsesiones me resultó tan sincero, tan honesto que me tiene atrapada.
- Astor Piazzola: aunque ya llevaba tiempo escuchando a Piazzola, gracias a la recomendación afortunada de una amistad con desafortunado desenlace, volví a topármelo en un concierto de la OJUEM en la sala Nezahualcóyotl. La violinista Leticia Moreno estuvo como invitada para interpretar obras del músico argentino y de Vivialdi con el tema «Las cuatro estaciones». Al final, Leticia nos regaló una interpretación tan brutal de Oblivion de Piazolla que me estremeció hasta el llanto.
Cierro con Oblivion, que hoy representa el impulso sonoro de mis últimos días, tan llenos de transformación, de luz y de esperanza, de anhelo y de melancolía.
- Aquí la bibliografía de Nicole:
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